Rev. colomb. cardiol; 27 (2), 2020
Publication year: 2020
Nunca pensé que algún día escribiría un editorial en memoria de un colega y amigo:
Roberto Díaz del Castillo.
Lo conocí por allá en 1995, en las juntas cardioquirúrgicas que hacíamos en la clínica Rafael Uribe del Seguro Social, en Cali; él trabajaba en la Clínica Nuestra Señora de los Remedios y yo en la Clínica de Occidente. En esa junta confluíamos los cirujanos de las tres instituciones que en aquella época realizábamos cirugía cardiovascular (las mencionadas previamente más la Fundación Valle del Lili); éramos seis cirujanos y cuatro cardiólogos; casi todos éramos jóvenes y creíamos tener la última palabra. Una vez definido el volumen de pacientes a operar, la remisión era democrática: un tercio para cada servicio.
En esas juntas, obviamente, fuera de discusiones médicas y académicas, solíamos contar anécdotas y experiencias de nuestra práctica diaria; además, el sentido del humor colombiano afloraba con facilidad, dado el origen de cada uno: cinco vallunos, un bogotano, un paisa, un costeño, un tolimense y un pastuso.
Roberto tenía una memoria fotográfica y siempre una historia nueva para contar; irradiaba optimismo y no le veía problema a nada. A medida que el tiempo avanzaba, nuestra amistad y respeto fueron creciendo.
En ese camino profesional nos enteramos de la formación del capítulo (hoy seccional) Suroccidente de Cardiología y Cirugía Cardiovascular; nos llamó la atención pertenecer al mismo, pues era un espacio de integración con los cardiólogos de la región, además fuimos empujados y animados por nuestro amigo cardiólogo Adolfo Vera, quien fue el gestor del capítulo.