Se analizan algunas corrientes psiquiátricas del siglo XX, comparándolas con otras del siglo XIX. Se hace hincapié en el posible influjo del pensar filosófico como una atmósfera que pesa en el clínico al observar y ordenar síntomas, síndromes y enfermedades, sin que por eso el clínico pierda su autonomía científica en sus inveztigaciones y descrubrimientos. Se contrasta el valor otorgado a la conciencia por el freudismo que la plantea como mera propiedad útil, con el rescate del valor de la conciencia en sí como justificadora de su existencia, hecho por la escuela psiquiátrica fenomenológica. Se destaca al respecto, la importancia que esto ha tenido en el descubrimiento de una serie de síntomas, síndromes y enfermedades mentales. Se analiza la nueva forma de darse de los cuadros psiquiátricos, muchos de los cuales presentan los antiguos síntomas interiorizados, no visibles a la primera mirada, lo que le quita actualmente al enfermo el aspecto de loco y justifica que en vez de psicóticos se les llame disfrénicos. Se hace notar que el DSM-III significa un progreso en cierto sentido, pero también una vuelta a la psiquiatría kraepeliniana. Es un neokraepelinismo prefenomenológico